Si estás leyendo esto es porque seguramente ya has oído hablar de Mindfulness o Atención Plena. Alguien te ha hablado de ello, te ha recomendado su práctica o has leído o visto alguna noticia en prensa o en televisión sobre ello. Seguro que no te quedó muy claro. A mi me ocurrió lo mismo la primera vez que oí su nombre y me lo trataron de explicar. Para nada me quedó claro qué era e incluso me produjo cierta reacción adversa. Me hablaron de meditación, me hablaron de un programa de 8 semanas (uf, que largo! ¡con todas las cosas que tenía que hacer!) y me hablaron de que se practicaba en grupo.
Todo ello me sonaba muy raro e inquietante, muy alejado de mis actividades habituales. Tan extraño me sonaba que despertó en mi mucha curiosidad. Quería saber que era eso que se ocultaba de una palabra tan larga y tan difícil de pronunciar en castellano (he podido oír hasta ahora unas 15 formas diferentes de pronunciarlo) y que tantos beneficios promete. Mi nivel de agitación metal en aquellos momentos era muy alto y sentía la necesidad de parar, de desaprender y descubrir nuevas maneras de vivir. De encontrar momentos de calma y tranquilidad que me permitieran saborear las experiencias de una forma más clara y lúcida.
Desde la primera práctica que realicé en un Taller sentí que era algo que me haría cambiar. No tenía ni idea aún de cómo se practicaba y cómo podía ayudarme pero algo en mi, tal vez mi cuerpo, ahora estoy seguro, supo que aquello era beneficioso para mi. A partir de ese momento se produjo un cambio tan fuerte que aún perdura años después.
¿Cómo se produjo el cambio?
Es un cambio lento, pausado, aunque con ritmo. Como la vida misma. Desde las primeras prácticas comienzas a observar algunos cambios en tu cuerpo y en tu mente. La primera vez que cierras los ojos y comienzas a tomar conciencia de tu cuerpo, de las sensaciones en él y de tu propia respiración, es como si de repente hubieses encontrado algo que alguna vez tuviste y que habías perdido, que había desaparecido en algún momento aunque que sabías que seguía ahí, en algún sitio, oculto. Despierta ante ti un estado de calma natural que no depende de nada externo en el que puedes permanecer sin necesitar nada más. Se para el reloj del “hacer” para pasar a la simplicidad y claridad del “ser”.
Una vez aprendí a calmar mi mente y mi cuerpo comencé a tomar conciencia de todas las experiencias, externas e internas, que acontecen constantemente. Según van pasando los días los pensamientos y emociones que hasta ese momento raramente eran visibles, pasan a ser objeto de observación. Ya no es algo que está ahí sin ser conocedor de ello sino que comienzas a ser consciente de cuando estás triste o alegre, de cuando aparece la ira, la furia o la alegría y la felicidad. Tomas conciencia de cuando aparecen pensamientos desagradables sobre tus experiencia pasadas o sobre las que están por llegar. El tomar conciencia de todo ello me dio la gran libertad de regularlo y vivirlo, sin necesidad de evitarlo o rechazarlo. Aprendí a aceptar, que no a resignarse, cada experiencia tal como es, sin añadir juicios, críticas o valoraciones. Y desde esa aceptación aparece la calma y la tranquilidad de nuevo, desapareciendo la lucha y la frustración que tanto nos agota.
De esta forma el estrés y la ansiedad pasan a ser un compañero de viaje que ya no nos secuestra y arrastra tan a menudo y que cada vez va reduciendo su aparición hasta que un día nos damos cuenta de que realmente hemos encontrado la manera de despertar y ser libres ante nuestra propia vida para estar en ella de forma plena.
Se para el reloj del “hacer” para pasar a la simplicidad y claridad del “ser”
De sus orígenes y práctica
Mindfulness no es algo que se haya inventado en occidente, es una práctica con más de 2.500 años de historia en oriente y que a finales de los años 70 se recoge en EEUU de la mano del biólogo Jon Kabat-Zinn, PhD en biología molecular por el MIT ( Instituto Tecnológico de Massachusetts) y fundador del Center For Mindfulness de la misma universidad, en la práctica clínica con pacientes diagnosticados con estrés crónico. Tras los excelentes resultados de los estudios científicos de la intervención con estos pacientes comenzó a extenderse a otro tipo de contextos clínicos, como el tratamiento de la depresión, y contextos sociales como la educación, el desarrollo personal y el mundo organizativo o empresarial.
¿Pero en qué se basa la práctica?. La meditación es la llave de entrada. Concretamente la práctica de la meditación vipassana, práctica budista milenaria en la que se entrena la atención para incrementar los estados de conciencia e introspección. Sin una atención entrenada nuestra mente permanece atrapada en un continuo divagar sobre acontecimientos y experiencias del pasado o planificaciones y proyecciones del futuro. Atrapada por nuestros pensamientos y emociones que de forma continua aparecen y condicionan nuestra relación con todo lo que nos rodea. B. Allan Wallace, filósofo, físico y uno de los más importantes maestros de meditación en occidente, lo refleja muy bien en la introducción de su libro “El poder de la meditación”:
“Pocas cosas afectan más a nuestra vida que la facultad de la atención. Si no podemos centrar nuestra atención, ya sea a causa de la agitación o de la inactividad, no podremos hacer nada bien. No podremos estudiar, escuchar, conversar con los demás, trabajar, jugar, ni siquiera dormir bien si nuestra atención está debilitada. Y la atención de muchos de nosotros está debilitada la mayor parte del tiempo.” “…Nuestra facultad de atención nos afecta de múltiples formas. Nuestra percepción de la realidad está estrechamente relacionada con aquello en lo que centramos la atención. Solamente lo que merece nuestra atención nos parece real, mientras que aquello que ignoramos, independientemente de que pueda ser más o menos importante, parece desvanecer por su insignificancia.”
Toda esta actividad mental nos impide tomar conciencia de lo que realmente está ocurriendo en el presente. Nos perdemos gran parte de la experiencia porque estamos hiperexcitados con una “mente de mono” saltando de forma descontrolada a cualquier lugar, tiempo y estado. En este proceso podemos “perdernos” los primeros meses de vida de nuestro hijo arrastrados por el estrés de esa nueva situación y el miedo a fallar. Podemos perdernos en una relación maravillosa con una amig@ o con una pareja solo por el miedo a que desaparezca. Podemos perdernos en nuestro puesto de trabajo arrastrados por un huracán de emociones y pensamientos desagradables que no nos permite focalizarnos de forma calmada en nuestros objetivos y relaciones. De esta forma podemos perdernos nuestra propia vida.
Entrenando tu atención, afinándola y fortaleciéndola, al igual que un músculo, se consigue un estado de equilibrio mental que te permite gestionar y regular las experiencias de tu día a día. El primer paso es aprender a desarrollar estados de calma y relajación que te permitan estar atentos y concentrados, no desde la exigencia y la fuerza sino desde la compasión y la amabilidad hacia ti y tu experiencia. Es muy importante aprender a parar y dejar de hacer para que nuestra mente y nuestro cuerpo se calmen, se conecten y equilibren. Es desde esa calma desde donde podemos empezar a desarrollar nuestra atención y observación. Desde la hiperactividad y la agitación es prácticamente imposible centrar nuestra atención, de forma continua sería invadida por pensamientos, imágenes, deseos, preocupaciones o cualquier otro factor mental que nos atrapará para sacarnos de la experiencia presente. Cuando vamos hacia el trabajo pensando en el día que nos queda por delante, en todas las tareas, mails o llamadas que tenemos que realizar, en la reunión con mi jefe, en el examen de tu hijo o en la lista de compra,no es sencillo centrar tu atención en algo, ni si quiera en la conducción tu coche.
“Mindfulness no es una técnica, no es un concepto. Es una forma de ser, de existir”. Jon Kabat-Zinn
Una vez que comienzas a fortaleza ese músculo comienza a producirse un despertar de la conciencia donde las experiencias se viven plenamente y de forma tan consciente que ya no tienes la sensación de que te lo has perdido. Las emociones y los pensamientos forman parte también de esa toma de conciencia. De repente algo que hasta ese momento pasaba totalmente desapercibido y de lo que raramente nos dábamos cuenta pasa a primer plano iluminado por el foco de la atención plena. Aprendes a observar los pensamientos como lo que son, pensamientos, nada más. Algo que forma parte de ti, que aparecen y forman parte de tu día a día, pero que no tienen porque arrastrarte ni definirte. Aprendes a vivir las emociones en toda su plenitud, tanto las agradables como las desagradables, sin rechazarlas y sin evitarlas. Aprendes a aceptarlas y regularlas con calma e inteligencia emocional.
En definitiva, se produce un despertar a la existencia. Un despertar a la vida. Jon Kabat Zinn, lo expresa muy bien en su compresión de lo qué es Mindfulness: “Mindfulness no es una técnica, no es un concepto. Es una forma de ser, de existir”.
Aunque haya un entendimiento y compresión desde lo cognitivo de todo lo que estás leyendo lo realmente revelador es la experimentación en primera persona. Corporeizar la experiencia es lo que nos ayudará a tener un mejor entendimiento y comprensión de ella. Por ello te animo a que lo experimentes.
Para, cierra los ojos y despierta.
Nos encontramos en el silencio.